En esta entrada se recogen parcialmente dos episodios protagonizados por los ejércitos cristianos en nombre de la Iglesia. La Iglesia no siempre ha sido coherente con su doctrina y sí casi siempre con sus intereses...
La toma de Jerusalem en la primera cruzada:
La Iglesia contra los Cátaros:
La toma de Jerusalem en la primera cruzada:
1ª Cruzada: 1095 a 1099: La cruzada popular fue dirigida
por Pedro el Ermitaño y la de los nobles por Godofredo
de Bouillon,
duque de Lorena junto a otros nobles europeos.
En 1095, en el concilio de Clermont, Urbano II,
el exabad de Cluny, convocó a la primera cruzada para defender el reino
cristiano de Jerusalén, expulsar a los infieles y recuperar los lugares santos,
especialmente el Santo Sepulcro.
Con la intención de liberar el Santo Sepulcro y
asegurar las rutas de peregrinaje a los Santos Lugares, el papa pidió a los
cristianos que dejaran de guerrear entre ellos, tomaran la Cruz y se pusieran
en marcha hacia Jerusalén. En recompensa, además de conceder indulgencias a todos
los cruzados y la absolución a los que murieran, les otorgaba los derechos de
botín y de posesión sobre las tierras conquistadas al islam.
El grito de “Dios lo quiere” recorrió toda Europa
y el espíritu de cruzada y el fervor religioso pronto dieron sus frutos. Pedro
el Ermitaño predicó la cruzada y congregó una legión de campesinos, aventureros
e iluminados que se dirigieron a Constantinopla, arrasando cuanto se
encontraron a su paso y masacrando a las comunidades judías que se cruzaron en
su camino. Desde Constantinopla, el emperador bizantino los dirigió hacia Asia
Menor y pronto fueron aniquilados por los turcos.
Mejor suerte corrieron los nobles que acudieron a
la llamada del papa. En el año 1096, marcharon hacia Constan-tinopla y allí
juraron fidelidad al emperador Alejo Comneno que, a cambio, les aseguró el
aprovisionamiento. Vencieron a los turcos y fueron conquistando diferentes
plazas, entre ellas Antioquía (1097). Después de conquistarla, un gran ejército
llegado de Mosul ponía en peligro, no solo su posición, sino también su misión.
Pero justo en el momento preciso, surgió el milagro… alguien en la ciudad,
gracias a un visionario, encontró la
Santa Lanza que había atravesado el costado de Cristo, lo que infundió nuevos
ánimos a los caballeros cruzados que consiguieron derrotar a ese nuevo ejército
que amenazaba su marcha sobre Jerusalén.
Por fin, el 7 de junio de 1099 los cruzados se
plantaron ante las murallas de Jerusalén, para combatir y arrebatar la ciudad a
los infieles musulmanes. El primer asalto fue fallido y tuvieron que construir
catapultas y una torre móvil para poder realizar con éxito el asalto final que
duro tres días. Afortunadamente vuelve a surgir una nueva señal relacionada con
la Lanza Sagrada que hace comprender a los jefes cruzados que deben dejar a un
lado el egoísmo y las disputas. Después de ayunar y marchar descalzos en torno
a Jerusalén, como hizo Josué en Jericó, los jefes de la cruzada hacen voto para
luchar juntos por la Cruz y consiguen conquistar la ciudad.
Cuando Godofredo de Bouillon y su ejército flanquearon
las murallas, los defensores se refugiaron en la gran mezquita y resistieron un
día más, hasta que los cruzados flamencos irrumpieron en el templo y
perpetraron tal carnicería que un cronista anónimo escribió: “los
nuestros tenían los pies sumergidos en la sangre hasta los tobillos”.
Los días siguientes acabaron con toda resistencia
y mataron a todo ser viviente que encontraron en su camino, incluidos ancianos,
mujeres y niños.
Encerraron a los judíos en la sinagoga e
incendiaron el templo, se ensañaron con los ulemas y los imanes, profanaron las
mezquitas y destruyeron los libros santos islámicos. Causaron tanta destrucción
y terror que años después todavía se recordaba que “los mismos vencedores, no podían
sino quedar presos del horror y la repugnancia que les causó tal derramamiento
de sangre”.
La Iglesia contra los Cátaros:
En la batalla de Muret (cerca de Toulouse), que
tuvo lugar el 12 de septiembre de 1213, siete obispos, tres abades y un gran
número de clérigos rezaban en el templo, mientras se desarrollaba una encarnizada
batalla contra los Cátaros. Según cuentan las crónicas, “sus oraciones y sus
clamores subían al cielo y, eran tan fuertes las señales de peligro, por el
fragor de la batalla, que (según relato del cronista), los clérigos aullaban
más que rezaban”.
El peligro era que los Cátaros pudieran resistir y
continuar existiendo. Ese movimiento religioso surgió en el sur de Francia,
junto a los Pirineos, frontera entonces del reino de Aragón, que incluía a la
actual Cataluña.
El movimiento religioso Cátaro, el más importante
de los que se desarrollaron en Europa entre los siglos XI y XV, pretendía
regresar a los orígenes del cristianismo y emular la vida de los apóstoles de
Jesús. Eran tiempos en que la Iglesia de Roma constituía un auténtico poder
terrenal y se había alejado en muchos aspectos del mensaje evangélico. Los Cátaros
rechazaban los sacramentos católicos y buscaban su propia respuesta a los
grandes interrogantes acerca de la existencia y del problema del mal en el
mundo.
En uno de los libros de ritual de los Cátaros se
explica cómo veían ellos a la Iglesia de Roma: “Las palabras de Cristo
contradicen a la maligna Iglesia de Roma. No solo no es perseguida, ni por el
bien ni por la justicia que deberían habitar en su interior; al contrario, es
ella quien persigue y mata a todos cuantos se oponen a sus pecados y a sus
preva-ricaciones. Es temida por reyes, emperadores y otros señores feudales… y,
por encima de todo, persigue y mata a la santa Iglesia de Cristo (se refieren a
ellos mismos), que todo lo sufre con paciencia, como la oveja que se defiende del
lobo…”
La Iglesia de Roma, gobernada desde 1198 por
Inocencio III (1160-1216), instaurador de la teocracia pontificia, que
implicaba el predominio absoluto de la Santa Sede sobre el poder temporal, era
consciente de la peligrosidad de las ideas de los Cátaros. Intentó primero, a
través de legados papales, tratar de convencerlos de su error mediante
coloquios públicos. Dado que no obtenía resultado alguno con tales métodos,
decidió utilizar métodos más expeditivos y violentos. En 1208 Inocencio III dictó una bula contra ellos
y el señor de las tierras donde se extendían esas creencias, Languedoc. Allí el
conde de Tolosa (Toulouse), fue uno de los objetivos del papa al ordenar explícitamente,
en la bula con la que llamó a la cruzada: “Despojadle de sus tierras”. Además
animó a los caballeros cristianos a luchar contra la escisión cátara: “¡Adelante,
caballeros de Cristo! ¡Adelante intrépidos miembros del ejército cristiano! Que
el grito universal de dolor de la santa Iglesia os arrastre, que el piadoso
celo os enardezca para vengar la ofensa tan enorme infligida a vuestro Dios”. Y
no se quedó ahí, ya que la llamada a la guerra santa iba acompañada de
indulgencias para el perdón de los pecados y de la promesa de recompensas
materiales.
A la llamada del papa se formó un ejército de
señores feudales, que buscaban recompensas, y de mercenarios que acudían en
masa. Fueron conquistando ciudades, realizando masacres ejemplarizantes “la
venganza divina había logrado maravillas” (decían los cronistas) y en la fecha ya
mencionada, el sanguinario Simón de Montfort infringió una impor-tante derrota
a los Cátaros que, en esa ocasión, contaban con la ayuda del rey de Aragón.
Pedro el Católico, tenía aliados y vasallos en esas tierras y decidió entrar en
la pelea, compro-metiéndose a defender a los occitanos (territorio donde se concentraban
los Cátaros). Fue ese el motivo de su presencia en la batalla de Muret, en la
que murió lanceado en un costado. Muerto el rey aragonés y descabezado el
ejército, la caballería de los cruzados masacró a la infantería de Pedro el
Católico y los occitanos (Cátaros).
Los Cátaros, a pesar de las derrotas,
consiguieron sobrevivir a esos veinte años de guerra, gracias al refuerzo que
tuvo para su fe tanta sangre derramada, tantos mártires caídos en las batallas.
Pero la Iglesia de Roma no cesó en su empeño de acabar con ellos y pronto
encontró otro instrumento que resultó más eficaz: los tribunales de la Inquisición. La persecución de la Inquisición
fue más efectiva que la represión militar, ya que quebró las estructuras tradicionales
de la sociedad occitana y de esa forma consiguió acabar con los Cátaros
franceses a inicios del siglo XIV.