lunes, 10 de febrero de 2014

La Iglesia: La moral cristiana y los hechos históricos

En esta entrada se recogen parcialmente dos episodios protagonizados por los ejércitos cristianos en nombre de la Iglesia. La Iglesia no siempre ha sido coherente con su doctrina y sí casi siempre con sus intereses...

   La toma de Jerusalem en la primera cruzada:
1ª Cruzada: 1095 a 1099: La cruzada popular fue dirigida por Pedro  el   Ermitaño   y  la  de  los  nobles  por  Godofredo  de Bouillon, duque de Lorena junto a otros nobles europeos.
En 1095, en el concilio de Clermont, Urbano II, el exabad de Cluny, convocó a la primera cruzada para defender el reino cristiano de Jerusalén, expulsar a los infieles y recuperar los lugares santos, especialmente el Santo Sepulcro.
Con la intención de liberar el Santo Sepulcro y asegurar las rutas de peregrinaje a los Santos Lugares, el papa pidió a los cristianos que dejaran de guerrear entre ellos, tomaran la Cruz y se pusieran en marcha hacia Jerusalén. En recompensa, además de conceder indulgencias a todos los cruzados y la absolución a los que murieran, les otorgaba los derechos de botín y de posesión sobre las tierras conquistadas al islam.
El grito de “Dios lo quiere” recorrió toda Europa y el espíritu de cruzada y el fervor religioso pronto dieron sus frutos. Pedro el Ermitaño predicó la cruzada y congregó una legión de campesinos, aventureros e iluminados que se dirigieron a Constantinopla, arrasando cuanto se encontraron a su paso y masacrando a las comunidades judías que se cruzaron en su camino. Desde Constantinopla, el emperador bizantino los dirigió hacia Asia Menor y pronto fueron aniquilados por los turcos.
Mejor suerte corrieron los nobles que acudieron a la llamada del papa. En el año 1096, marcharon hacia Constan-tinopla y allí juraron fidelidad al emperador Alejo Comneno que, a cambio, les aseguró el aprovisionamiento. Vencieron a los turcos y fueron conquistando diferentes plazas, entre ellas Antioquía (1097). Después de conquistarla, un gran ejército llegado de Mosul ponía en peligro, no solo su posición, sino también su misión. Pero justo en el momento preciso, surgió el milagro… alguien en la ciudad, gracias a un visionario,  encontró la Santa Lanza que había atravesado el costado de Cristo, lo que infundió nuevos ánimos a los caballeros cruzados que consiguieron derrotar a ese nuevo ejército que amenazaba su marcha sobre Jerusalén.
Por fin, el 7 de junio de 1099 los cruzados se plantaron ante las murallas de Jerusalén, para combatir y arrebatar la ciudad a los infieles musulmanes. El primer asalto fue fallido y tuvieron que construir catapultas y una torre móvil para poder realizar con éxito el asalto final que duro tres días. Afortunadamente vuelve a surgir una nueva señal relacionada con la Lanza Sagrada que hace comprender a los jefes cruzados que deben dejar a un lado el egoísmo y las disputas. Después de ayunar y marchar descalzos en torno a Jerusalén, como hizo Josué en Jericó, los jefes de la cruzada hacen voto para luchar juntos por la Cruz y consiguen conquistar la ciudad.
Cuando Godofredo de Bouillon y su ejército flanquearon las murallas, los defensores se refugiaron en la gran mezquita y resistieron un día más, hasta que los cruzados flamencos irrumpieron en el templo y perpetraron tal carnicería que un cronista anónimo escribió: “los nuestros tenían los pies sumergidos en la sangre hasta los tobillos”.
Los días siguientes acabaron con toda resistencia y mataron a todo ser viviente que encontraron en su camino, incluidos ancianos, mujeres y niños.
Encerraron a los judíos en la sinagoga e incendiaron el templo, se ensañaron con los ulemas y los imanes, profanaron las mezquitas y destruyeron los libros santos islámicos. Causaron tanta destrucción y terror que años después todavía se recordaba que “los mismos vencedores, no podían sino quedar presos del horror y la repugnancia que les causó tal derramamiento de sangre”.

   La Iglesia contra los Cátaros:

En la batalla de Muret (cerca de Toulouse), que tuvo lugar el 12 de septiembre de 1213, siete obispos, tres abades y un gran número de clérigos rezaban en el templo, mientras se desarrollaba una encarnizada batalla contra los Cátaros. Según cuentan las crónicas, “sus oraciones y sus clamores subían al cielo y, eran tan fuertes las señales de peligro, por el fragor de la batalla, que (según relato del cronista), los clérigos aullaban más que rezaban”.
El peligro era que los Cátaros pudieran resistir y continuar existiendo. Ese movimiento religioso surgió en el sur de Francia, junto a los Pirineos, frontera entonces del reino de Aragón, que incluía a la actual Cataluña.
El movimiento religioso Cátaro, el más importante de los que se desarrollaron en Europa entre los siglos XI y XV, pretendía regresar a los orígenes del cristianismo y emular la vida de los apóstoles de Jesús. Eran tiempos en que la Iglesia de Roma constituía un auténtico poder terrenal y se había alejado en muchos aspectos del mensaje evangélico. Los Cátaros rechazaban los sacramentos católicos y buscaban su propia respuesta a los grandes interrogantes acerca de la existencia y del problema del mal en el mundo.
En uno de los libros de ritual de los Cátaros se explica cómo veían ellos a la Iglesia de Roma: “Las palabras de Cristo contradicen a la maligna Iglesia de Roma. No solo no es perseguida, ni por el bien ni por la justicia que deberían habitar en su interior; al contrario, es ella quien persigue y mata a todos cuantos se oponen a sus pecados y a sus preva-ricaciones. Es temida por reyes, emperadores y otros señores feudales… y, por encima de todo, persigue y mata a la santa Iglesia de Cristo (se refieren a ellos mismos), que todo lo sufre con paciencia, como la oveja que se defiende del lobo…”
La Iglesia de Roma, gobernada desde 1198 por Inocencio III (1160-1216), instaurador de la teocracia pontificia, que implicaba el predominio absoluto de la Santa Sede sobre el poder temporal, era consciente de la peligrosidad de las ideas de los Cátaros. Intentó primero, a través de legados papales, tratar de convencerlos de su error mediante coloquios públicos. Dado que no obtenía resultado alguno con tales métodos, decidió utilizar métodos más expeditivos y violentos. En 1208 Inocencio III dictó una bula contra ellos y el señor de las tierras donde se extendían esas creencias, Languedoc. Allí el conde de Tolosa (Toulouse), fue uno de los objetivos del papa al ordenar explícitamente, en la bula con la que llamó a la cruzada: “Despojadle de sus tierras”. Además animó a los caballeros cristianos a luchar contra la escisión cátara: “¡Adelante, caballeros de Cristo! ¡Adelante intrépidos miembros del ejército cristiano! Que el grito universal de dolor de la santa Iglesia os arrastre, que el piadoso celo os enardezca para vengar la ofensa tan enorme infligida a vuestro Dios”. Y no se quedó ahí, ya que la llamada a la guerra santa iba acompañada de indulgencias para el perdón de los pecados y de la promesa de recompensas materiales.
A la llamada del papa se formó un ejército de señores feudales, que buscaban recompensas, y de mercenarios que acudían en masa. Fueron conquistando ciudades, realizando masacres ejemplarizantes “la venganza divina había logrado maravillas” (decían los cronistas) y en la fecha ya mencionada, el sanguinario Simón de Montfort infringió una impor-tante derrota a los Cátaros que, en esa ocasión, contaban con la ayuda del rey de Aragón. Pedro el Católico, tenía aliados y vasallos en esas tierras y decidió entrar en la pelea, compro-metiéndose a defender a los occitanos (territorio donde se concentraban los Cátaros). Fue ese el motivo de su presencia en la batalla de Muret, en la que murió lanceado en un costado. Muerto el rey aragonés y descabezado el ejército, la caballería de los cruzados masacró a la infantería de Pedro el Católico y los occitanos (Cátaros).
Los Cátaros, a pesar de las derrotas, consiguieron sobrevivir a esos veinte años de guerra, gracias al refuerzo que tuvo para su fe tanta sangre derramada, tantos mártires caídos en las batallas. Pero la Iglesia de Roma no cesó en su empeño de acabar con ellos y pronto encontró otro instrumento que resultó más eficaz: los tribunales de la Inquisición. La persecución de la Inquisición fue más efectiva que la represión militar, ya que quebró las estructuras tradicionales de la sociedad occitana y de esa forma consiguió acabar con los Cátaros franceses a inicios del siglo XIV.

No hay comentarios:

Publicar un comentario